DEMOCRACIA UN ARTIFICIO DE LO AUTORITARIO. Andrés Alejandro Guerrero Santos



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Producción sin posesión,
Acción sin imposición,
Evolución sin dominación
LAO-TSE

La convivencia en democracia, sobretodo en democracia moderna (que se aleja del principio griego para incluso convertirse en lo opuesto por buscar la participación de todos en todo). Implica un reto enorme a los gobiernos del mundo en tanto las garantías de las libertades y derechos que deben otorgar y proteger, pero en especial representa un reto para los ciudadanos que en ella encuentran una forma de gobierno, un estilo de vida y la oportunidad para empoderarse y guiar sus destinos de forma civilizada.

Existe en los países del mundo una amplia aceptación de la democracia como sistema político desde los años 90, sin embargo, el establecimiento formal de las democracias solo ha llevado a un fracaso de sus principios y a una apropiación nefasta de su nombre para abrirle paso desde las elecciones como mecanismo democrático y de participación, a gobiernos autoritarios que se reeligen hasta perpetuarse, que violan los derechos humanos, que agreden a la oposición, que usan la represión y la violencia desmedidas, que terminan siendo corruptos o que simplemente cierran el proceso democrático para implantar otro tipo de sistema político, que le da poder a unas cuantas personas de forma peligrosamente a autoritaria en detrimento del resto de la población.

Ejemplos existen muchos en varios países entre ellos Colombia, Venezuela, Ecuador, Haití, Zimbabwe, Líbano, Irán, etc.

Termina la democracia siendo pieza del juego del autoritario, termina por ser implantada sin un verdadero interés por parte de sus receptores quienes no creen en este proceso e históricamente, están lejos de apreciarlo como alternativa por su cultura que difiere de la occidental en algunas ocasiones y que concibe de forma totalmente valida y legitima aunque completamente diferente el poder y sus usos, la política y su desarrollo.

En todo caso, vemos como la democracia está transformándose convenientemente para algunos en todo un artificio del autoritarismo, quien termina usándola para a partir de la implantación de los meros procedimientos, obtener el poder y de forma “democrática” empezar a cerrarle el paso a la democracia misma y a sus principios con la aceptación y respaldo popular masivo, de las personas que tienen un mecanismo pero no una serie de valores arraigados.

Dos tipos de variantes del concepto de democracia existen y hacen parte del debate moderno. La primera alude al concepto como puramente procedimental y basado en ciertos principios para el buen funcionamiento de los mecanismos democráticos como: elecciones libres, imparciales y frecuentes (periódicas), libertad de expresión, acceso a fuentes de información objetivas, autonomía de asociación, cargos públicos electos y una ciudadanía inclusiva1. Lo anterior permite una retroalimentación y una legitimación constantes, una reproducción sistémica del modelo ideológico y de la concepción de la democracia que sustenta el actuar de los ciudadanos, identificándose la democracia con las normas y las reglas de juego que se supone debe seguir el gobierno y el Estado de forma interna y externa.

La segunda variante del concepto de democracia se refiere a conductas y comportamientos delimitados por reglas en los Estados que se denominan democráticos; estas reglas deben regular también su interacción y comportamientos en el ámbito externo frente a otros Estados así estos no sean democráticos. Deben reflejarse en un trato igualitario regido por los principios democráticos de respeto a la diferencia, pluralismo, justicia y tolerancia. Valores que definen lo que aquí entendemos como el espíritu de la democracia: un modo de vida, una cultura o un ethos democrático.

Enfoque ligado directamente a lo que podemos denominar la esfera de lo ético, la cual tiene como guía la noción de justicia y pretende resaltar la conexión entre legitimidad y el ejercicio del poder estatal y gubernamental limitado; en pocas palabras, es la ética del poder democrático. Esta ética del poder democrático da prelación y preferencia a la participación ciudadana como su elemento base, permite que las decisiones que tomen los gobernados y la gestión gubernamental sean en mayor o menor medida correspondientes con los principios de la democracia y con las exigencias de los ciudadanos. En otras palabras se trata de la relación directa entre la posibilidad de participar de forma real en la toma de decisiones dentro del Estado y del gobierno, y la capacidad de la sociedad civil de canalizar de forma no violenta sus expectativas y demandas, gracias a la eficiencia y carácter democrático de las instituciones que los rigen.

Es necesario reconocer que “la democracia es el denominador común de todas las cuestiones políticamente relevantes, teóricas y prácticas”2 en el mundo moderno y en occidente. Además, el modelo democrático es hoy el que demarca las responsabilidades de la comunidad internacional en el ámbito jurídico y es la base sobre la que se construyen la cooperación internacional y las instituciones supraestatales y regionales de Estados.

Como afirma Sartori cada vez que se toca el tema de la democracia, surge una variedad de interpretaciones, siendo el concepto de democracia polisémico o elusivo3, después de todo es fácil reconocer ciertas características generales en el ideal político de democracia en el mundo moderno.

Según Bobbio es posible interpretar la democracia como “un conjunto de reglas (primarias o fundamentales) que establecen quién está autorizado para tomar decisiones colectivas y bajo qué procedimientos”4.Para Bobbio las reglas democráticas producen valores democráticos que inspiran la visión idealista de cooperación, respeto a la ley y solidaridad entre pueblos y Estados. “Solo allí donde las reglas son respetadas —en una democracia— el adversario ya no es un enemigo (que debe ser destruido), sino un opositor que el día de mañana podrá tomar nuestro puesto”5.

La primera la variante meramente procedimental que hemos ya descrito, es la que está arraigada en la tradición liberal y en los poderes hegemónicos que la ha reproducido e implantado indiscriminadamente en un principio en varios países para utilizarla a su favor y después darle la espalda, esta es definida según Alcántara:

Como aquel conjunto de reglas procedimentales que concierne a la competencia por un poder político electo a través de comicios periódicos libres y competitivos, llevados a cabo entre partidos o alianzas de ciudadanos, en un clima de respeto a ciertos valores fundamentales del liberalismo político entre los que destacan la libertad de expresión y de asociación y la existencia de fuentes de información alternativa.6

Ante la problemática de enfrentar la democracia frente al autoritarismo, evitando que este la utilice como el aparataje para hacerse al poder y sin caer en el juego de establecer procedimientos nada más, la forma de entender la democracia debe estar articulada a una ética con valores más exigentes que los meros aspectos procedimentales, pues en ella se ve la democracia “como el sistema político en el que el pueblo soberano, la ciudadanía, decide su propio orden, las normas que han de regirle y construye su derecho a una autonomía personal y grupal”, donde, además, “la democracia es educación, respeto, tolerancia, apertura, transparencia, derechos y responsabilidades, es participación ciudadana, y debe ser –sobre todo- valores compartidos”7.

Esta acepción, trae implícitamente la idea de que el poder popular debe ser vinculado en los principios democráticos, al autorizar o al desautorizar a aquellos que eligen los procedimientos y las decisiones que se toman. Tales principios deben ser vitales en una democracia que se considere real, ya que frenan a los gobernantes con respecto a la pretensión de defender intereses que puedan estar por encima del bien común del Estado y la nación, y de su relación con otros Estados, naciones y pueblos.

Estos vitales principios se expresan bajo la forma de ideales. Estos son el ideal de la tolerancia (haciendo memoria de las crueles guerras de religión a través de la historia), el ideal de la no violencia y el de la resolución pacífica de conflictos (resaltando la importancia del imperio de la ley y del pluralismo al no eliminar a los diferentes y a los posibles opositores y al evitar el derramamiento de sangre y la utilización de la violencia), el ideal de la renovación gradual de la sociedad mediante el libre debate de las ideas, del cambio de mentalidad y de la manera de vivir (haciendo énfasis en que únicamente la democracia admite de forma real en su seno opciones diferentes y divergentes a ella misma); y por último, está el ideal de la fraternidad sin el cual ningún proyecto o consenso social podría existir ni ser legitimo en ninguna parte.
En conclusión, la democracia procedimental, que nada tiene que ver como la fuente de principios y ética democrática, es el instrumento y el arma actual de aquellos autoritarios que se hacen del poder bajo un manto de legitimidad otorgado por la confusión y la creencia errada de que la democracia son sólo elecciones.

En vano seria la apuesta democrática a un mejor futuro, si no contemplamos todo el espíritu de libertad que la rodea. El desconocer que la democracia va más allá de unos procedimientos y que consiste en toda una forma de vida y de interacción social, hará que sigamos cayendo en los mismos trágicos errores, como el desconocer realidades culturales e históricas, errores como el de intentar implantarla como el uso de jeans o como una moda pasajera que, mientras dure, arrastrará detrás otros efectos no deseados y perjudiciales.

El valor de la democracia radica en vivirla en su conjunto, en apreciarla y mejorarla según queramos ser como sociedad y sobretodo en respetarla. De nada sirve autodenominarse democráticos si en nuestro actuar manchamos el nombre de la democracia con autoritarismo, violencia, represión, hipocresía y muerte.


1
Dahl, Robert. La democracia una guía para ciudadanos. Buenos Aires: Editorial
Taurus, 1999. P.99
2 
Bobbio, Norberto. El futuro de la democracia. México: Fondo de Cultura Económica,
tercera edición, 2003. P. 9
3 
Sartori, Giovanni. ¿Qué es la Democracia? 1994. Compare también Tomassini, Luciano. Estado y
Gobernabilidad. En La Reforma del Estado y las Políticas Públicas, Santiago: Centro de Análisis de Políticas Públicas 1994. p. 18
4 
Bobbio. El futuro de la democracia. p. 24
5 
Bobbio. El futuro de la democracia. p. 47
6 
Alcántara, Manuel. Democracia y valores democráticos en la clase política latinoamericana. 11. Compilado en el libro de Helena Gonzáles/Heidulf Schmidt Democracia para una nueva sociedad (Modelo para armar) 1997
7 
Gonzáles, Helena [Et al] Democracia para una nueva sociedad (Modelo para armar) 1997. p. 7


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